Pálido, chupado y ojeroso. Mal momento para dejar de fumar, capitán Sánchez. Se diría que el presidente se está quedando en los huesos. En el Comité Federal de ayer se le vio pálido, chupado, ojeroso, los huesos del afilado rostro más marcados que de costumbre. Como si además de la anemia política de todos conocida se estuviera incubando en él una anemia fisiológica. El Pedro Sánchez de ayer parecía el personaje retratado por Torcuato Tasso en este par de versos de su ‘Jerusalén liberada’, en traducción de José María Micó: “El vivo se parece ya a un cadáver:/ el silencio, el color, la poca sangre”.
Conejos en la chistera. Si Pedro Sánchez guarda algún que otro conejo en la chistera lo sacará en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados prevista para el próximo miércoles 9 de julio. Si lo tiene y no lo sacó ayer ante el Comité Federal del PSOE fue porque en el cónclave socialista no había marejada: la reunión se pareció mucho más a una balsa de aceite que a un mar picado. Los partidos son disciplinadas máquinas de guerra, no inquisitoriales confesionarios. Salvo el obstinado socialista mesetario Emiliano García Page, todo el partido hizo piña en torno a su desolado capitán. Los nombramientos de Ábalos y Cerdán son leche derramada: basta de lloriquear por lo que no tiene arreglo posible. El presidente se equivocó al confiar en ellos tanto como pueda hacerlo al nombrar a sus sustitutos (véase el caso Paco Salazar). La verdadera marejada tendrá lugar el miércoles: es ahí donde Sánchez tendrá que demostrar sus dotes no ya de capitán sino de prestidigitador: como el miércoles 9 no se saque de la manga algún conejo que convenza a sus socios de que la función debe continuar, adiós barco, adiós tripulación y hasta nunca, capitán. Por ahora, las medidas planteadas por Sánchez para combatir la corrupción en el partido y en el Estado son calderilla política, chuches orgánicas: polvo, niebla, sombra, nada.
Una fisura en el kit. El kit portátil de oxígeno medicinal que carga a la espalda el presidente del Gobierno tiene una fisura por la que se está escapando el líquido azulado que mantiene con vida al ilustre enfermo, a quien el aire disponible en el depósito parece que le va a durar mucho menos tiempo del que calculaban los doctores de Ferraz. La fuga de oxígeno amenaza con asfixiar al presidente. ¿Tiene botella de recambio? Sí, pero está en posesión de sus aliados parlamentarios: su marca comercial es Moción de Confianza, pero los socios se resisten a entregarla al presidente porque temen, no sin razón, verse señalados como salvadores de un Gobierno donde dos hombres de la máxima confianza del capitán llevaban años robando, según el informe de la Guardia Civil que el juez del Tribunal Supremo que instruye la causa ha dado por bueno.
Caso Cerdán vs. Caso Puigdemont. Quienes claman ahora por la dimisión de Sánchez ya clamaban por ella antes de estallar el caso Koldo-Ábalos-Cerdán. No quiere decirse que su clamor sea infundado y mucho menos ilegítimo, sino que el resorte que viene activando su exigencia de dimisión no es, resumiendo quizá demasiado, tanto el caso Cerdán como el caso Puigdemont. El perdón político y penal al montaraz expresidente de la Generalitat se le ha hecho bola a muchos ciudadanos: no logran tragarlo y mucho menos digerirlo por más que lo intenten, que en realidad no lo intentan ni -piensan- tienen por qué intentarlo. El capitán Sánchez tiene un problema con ‘la alianza con’ y ‘la amnistía a’ los lideres independentistas, mucho más que con ‘la confianza en’ y’ la corrupción de’ los dos últimos secretarios de Organización del PSOE, uno de ellos en prisión. El problema de Pedro Sánchez es y será en lo que resta de legislatura el caso Puigdemont, no el caso Cerdán: sin la existencia del primero, la trascendencia del segundo sería vergonzante pero no funesta.
El botín. La presencia de sinvergüenzas en los partidos de gobierno no llega a rasgo de carácter hispano pero sí es expresión de una tradición nacional que hunde sus raíces en la debilidad secular del Estado, derivada a su vez del clientelismo desmedido en el pasado y la politización excesiva en el presente. Los cargos de libre designación son el botín de guerra de los partidos cuando ganan las elecciones, y ningún partido quiere renunciar a ni a la más mínima porción de ese botín cediéndolo al funcionariado profesional. El Partido Socialista debería dejar de consolarse de una maldita vez con la idea de que las derechas han sido históricamente mucho más cínicas, ambiciosas y eficientes que las izquierdas en el saqueo de las arcas públicas, pues una de las razones del retroceso de estas es que no han hecho nada o casi nada por mejorar visiblemente las instituciones, lo que en muchos casos significa despolitizarlas: un proceso este de la desideologización institucional que entraña recortar drásticamente el tamaño del botín de cargos que todo partido obtiene cuando gana unas elecciones.
Cosas que deberíamos hacer pero no haremos. La izquierda sabe que en el fondo y si fuera coherente consigo misma deberían desaparecer las Diputaciones, el Senado, los aforamientos, las listas cerradas, muchos cargos públicos, la norma de ‘to pa mí, to pa mí’ que rige cuando un líder gana las primarias... Todas esas cosas y muchas son también botín de guerra que los partidos utilizan como armas para vencer en la siguiente contienda. El Senado sirve para poco más que colocar a los amigos y hostigar a los enemigos. Y algo parecido ocurre con las Diputaciones, cuyas sobredimensionadas plantillas son la aristocracia funcionarial del Estado, sigilosas beneficiarias de unos privilegios sociolaborales que más que sonrojar a la izquierda política y sindical, en realidad la retratan. Un programa serio de mejora significativa del entramado institucional que da cobijo y alienta las corrupciones debería plantearse cosas como estas si va realmente en serio.